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Aquel prisionero

Era contradictorio en él mismo, se llenaba las sombras con puestas de sol, pasaba meses mendigando un horizonte limpio. Mientras el sol golpeaba sus nudillos, cubría su calva cabeza con un gorro negro; cuando la noche se le acercaba, se quitaba la camisa de fuerza. Hacía del silencio música y el ritmo que salía del golpeteo de su pie nadie lo podía escuchar. Tomaba litros de café al día y la noche le servía para navegar. Perdía la vista en un ente virtual. Llevaba atada a su sien una cárcel de cristal con todas las citas que esa mujer escribió pensando en un tiempo como el que cargaba en su bolsillo. Le caminaba la memoria para atrás, todo lo que venía era un déjà vu amenazando su pensamiento. Cuando al fin la paradoja tocó su lugar, él ya había escapado de ahí.

Términos antagónicos: Un acuerdo entre yo y yo

Al menos quiero creer que soy protagonista de mi propia historia. Mientras voy de paso por aquí, otro rostro se mueve entre lo que quiero y no quiero hacer. Es como una posibilidad inerte que me llevaría por un camino de gloria hacia mi lecho de muerte. Un ‘no’ se cruza entre las palpitaciones que duelen, mientras mis manos ya no responden; solo son instinto antiguo moviéndose, propagándose en mi. Estoy entre un par de segundos extras, huyendo de la realidad geminiana del humano. Hablándome a través de un espejo descubrí a mi enemigo atacando en el pasado, resumiendo la existencia de un par de arcos que cambiaron la dirección de lo que no es destino. Ahora, en el medio de una pausa momentánea, se apagan las luces y se comienza otra vez.

Capítulo III

Se derrumbaba el filtro de la realidad mediante párrafos y una voz lúgubre, nada había pasado desde que él había tocado la arena con sus manos. El pensamiento lateral había sido enterrado vivo por el desvariado sinsentido. Un tipo de tiempo lo acompañaba en cada paso de la vacía carretera en la que se encontraba, solo faltaba que la lluvia hiciera su aparición frente a él. A cada segundo un cielo se nublaba, la oscuridad caía, su hogar se alejaba, su destino se acortaba, dentro de él ya no existía más allá después del punto que colocó. Esa pared que había derrumbado su entorno se ocupó de aislarlo hasta de él mismo. Aquel voto de silencio nunca antes escrito le pasó encima, tomando su voluntad y su recóndito ser embalsamado en frío interno.

Contexto lateral

Dentro de una estantería, un libro se hacía viejo y cada año, más sabio. Su portada se mostraba desvanecida por el tiempo, un color amarillento sucio recogía los restos de su nombre. Todos lo veían ahí, misterioso, con ansias de mostrar lo que ha sucedido en su interior mientras las estaciones giran alrededor de los años, pero con temor de perder a aquellos que no sabrían manejar su conocimiento. Aquel libro vivía de la mirada de su lector, enamoraba, destituía favoritismos entre géneros literarios, cambiaba vidas, comprendía las palabras necesarias para seducir a cualquiera que escuchara su nombre por las calles de algún pueblo fantasma cercano, pero también era el culpable de impensables y crueles delitos, guerras personales, locura indebida. Todo dependía del punto de vista de la realidad en la que era tomado.

Todo depende del contenido de la memoria del personaje que se integrará a la próxima página de aquel libro varado al medio del edificio, llamado por muchos “Biblioteca de la Universidad de San Carlos”.

Dividido

Llueve sobre una parte de la montaña, desde aquí se observa claramente lo oscuro y confuso. De a poco, el cielo cambia de vida y nos cae encima. Todos se ocultan en su pensamiento, creyendo que el agua lavará su cabeza y limpiará su memoria. Se creen tan a salvo en su mente, no saben que ahí son más vulnerables.

Eternas noches de marzos

Cada encuentro se lleva parte de mi, dentro de esas pupilas negras como una noche de Neptuno habita algo más que un sentido. Frente a ella estoy descubierto, en persecución por las ráfagas de viento perdidas en calles sin nombre por las que atraviesa mi conciencia; la inercia de su mirada absorbe mis sentidos, es un tanto complicado el salir de su vista, me he quemado la cabeza tratando de prestar atención a las palabras que salen de sus labios.

Tarde, voy conduciendo, huyendo de un túnel que atraviesa el horizonte y la repercusión del cielo nocturno me lleva hacia su personalidad, que se siente casi un típico invierno guatemalteco: impredecible.

Un momentáneo adiós

Ya no ha quedado rastro de aquella sombra parte de mi silueta oxidada; dentro de aquel sombrío personaje solo quedan frases repetidas, causándose eco por si mismas, sin extraordinario sentido. Fácil es olvidar y fingir que nunca existió, porque en realidad lo que no existe es lo que más trasciende dentro de la esfera terrestre. La magia que había capturado una vida se queda atrás, inconforme con lo que es plasmado por él mismo. Olvidado por él, ella, olvidado por el mismo olvido. Algún día regresará fresco, eso espera el público que se ha creado él mismo. Le ovaciona hipócritamente y él lo sabe, pero es lo que más ha querido, contra lo que más aspira a luchar.

Once de la noche, veinticuatro minutos, los segundos fueron contados conforme atravesaban el sonido, veinticinco, treinta… treinta y cinco… cuarenta…, un sonido desesperante envolvió el ambiente, la luna no salía desde hace tres días y los días pasaban sin luz de sol.  Fue un día cualquiera, dependiendo del significado de cualquiera; fue una tarde común, fuera de lo común; pero sobre todo, era una noche terriblemente normal. Lo único de lo que era consciente en tocar mi piel era el frío de noviembre y una pluma que había encontrado en la calle ese mismo día. Comencé a escribir con ella, utilizando tinta de una impresora descompuesta de hace tiempo. Parecía que alguien sostenía mi mano izquierda mientras escribí con la derecha. Un escalofrío azotó mi columna y volteé hacia la única ventana de la habitación. Puerta cerrada, la ventana tenía cortinas que impedían el paso de la luz… o el frío… Quién sabe cómo llegaban las corrientes de viento hasta mí, estaba en una esquina, sentado en mi cama, con un tablero de artes plásticas sobre mi regazo, y sin ver, seguía escribiendo. Era una hoja en blanco; yo nunca logré escribir bien sin una línea guía, así que las oraciones eran casi distorsionadas por la posición de las palabras: veinticinco, treinta… treinta y cinco… cuarenta. Extraño. ¿Por qué había escrito eso? Un gallo cantó de manera fúnebre y no sabía dónde estaba sentado. Extraño. Recorrí la habitación con la vista. Era de noche aún y no tenía encendida la lámpara. El reloj seguía contando los segundos, yo me guiaba por el sonido, veinticinco, treinta… treinta y cinco… cuarenta…,. No sabía qué hora era. Abrí los ojos. Un fondo blanco azotó mi vista. Parecía un ataúd. Cerré los ojos. Los volví a abrir. Estaba cayendo de un edificio. Cerré los ojos y sin éxito los intenté volver a abrir. Una historia me había envuelto entre susurros. Una mujer sacada de una fotografía sepia preguntó mi nombre. No respondí. Dio un par de pasos hacia atrás, me miró de reojo. –Te conozco muy bien- dijo con una voz suave, dulce, pero escalofriante. No quedó más en mi que asentir lentamente, seguirla y buscarme entre un álbum fotográfico, de donde ella había salido. En efecto, mi nombre era…