Tenpenny tenía presente el recuerdo de un reloj de pared que habitaba en la sala de su casa, aquel que le presumía sobre la exactitud con la que marcaba los parpadeantes y precisos segundos.
Internamente lo odiaba, porque hacía que el sol se fuera más rápido, que la noche se quedara solo mientras tenía los ojos cerrados. Le recordaba que su tiempo se iba de sus manos, de su piel; que aparecería en forma de vello facial y un trabajo diario y obligatorio. Poco a poco pasaban los años y él siempre se tomaba un momento para odiar al reloj con la mirada, no quería convertirse en aquello que leía en los periódicos que le llevaba su padre, se temía a sí mismo.