Archivo por meses: abril 2013

Lapsus

Tenpenny tenía presente el recuerdo de un reloj de pared que habitaba en la sala de su casa, aquel que le presumía sobre la exactitud con la que marcaba los parpadeantes y precisos segundos.

Internamente lo odiaba, porque hacía que el sol se fuera más rápido, que la noche se quedara solo mientras tenía los ojos cerrados. Le recordaba que su tiempo se iba de sus manos, de su piel; que aparecería en forma de vello facial y un trabajo diario y obligatorio. Poco a poco pasaban los años y él siempre se tomaba un momento para odiar al reloj con la mirada, no quería convertirse en aquello que leía en los periódicos que le llevaba su padre, se temía a sí mismo.

Breath, breath the air…

Con los ojos cerrados se puede ver lo invisible. El viento es amigo y lugar, el viento me recorre, me viaja. Soy un viaje, soy un lugar en movimiento mental constante, pareciera que solo lo que se ve es real, pero es lo único subjetivo que existe porque, aunque me quede inerte junto al tiempo, seguiré viajando y me seguirán viajando, y nadie lo podrá ver o sentir. El viento es lluvia invisible, y solo sirve a aquellos que están dispuestos a viajar con él, dentro de ellos. 

Otoño

La leve lluvia interna acarició el alma de aquel ente perdido, el que había olvidado cómo hablar con claridad; el que recibía las ideas que cayeron desde la copa de los árboles decolorados por la ausencia y el dolor que guardaron alguna vez en sus raíces.

Caminó varios minutos por la calle principal, adentrándose por la templada neblina que aplastaba la poca sensibilidad que le quedaba y dándole un poco menos de claridad a sus gafas. Todo parecía diferente en esa época impropia de la ciudad porque, mientras caía el dolor naranja, la imaginación salía por lo alto de las ventanas de los pintores aficionados y la melancolía era expulsada por la visibilidad del aliento que soltaba su concentración, pero Tenpenny seguía igual, caminando despistado sobre la calle, manteniendo la vista en las hojas que navegaban por el suelo con la ayuda del viento.

Crónica del oportunista

Estaban el optimista, el pesimista y el realista discutiendo en una habitación donde faltaba el aire., sobre un vaso a la mitad que yacía solitario sobre una mesa de madera, tratando de encontrarse a sí mismo mediante los comentarios que se soltaban.

-Ese vaso está medio vacío-, sostenía el pesimista.

-De ninguna manera, yo lo veo medio lleno.- refutó el optimista.

El realista solo contemplaba en silencio al vaso, que parecía muy lejano a su lógica humana, mientras se planteaba seriamente el dejar el asunto ahí. El pesimista y el optimista observaban al realista, inertes y también en silencio.

El pesimista aseguraba dentro de sí que el realista concordaría con el optimista, el optimista pensaba lo mismo.

Mientras ellos seguían con la incógnita, el oportunista llegó a beber del vaso.

-¿¡Pero qué haces!?- gritó el realista muy alarmado -¡Ese recipiente contenía veneno!

Margen de error

Estando al límite de conversación del subconsciente, sigo y sigo escribiendo en una hoja virtual, inexistente pero existente, subjetiva pero objetiva, y nada puede llenar ese vacío que reclama caracteres.

Me encuentro y reencuentro con ella, entre puntos suspensivos y un par de… énfasis mal hechos por la voz mental que nos separa de quién somos y quién vemos. Aunque tal vez esos énfasis sean claves para encontrar el verdadero espejo, para reflejar todo, menos el espejismo que  envuelve al silencio de la concentración aparente, todo sale de un par de puntos suspensivos…

Pero no se puede llenar una página con solo puntos suspensivos.

Sin título (2)

Su mano suave rozando mi límite me dejó dos segundos que me servirán para mantener la cordura hasta que la vuelva a ver. Aquel rechazo que me envió pareciera ser estrategia porque, al final, no está tan lejos; basta con detenerme en la lucidez de su mirada, a la fluidez de sus movimientos, al silencio que deja en mi subconsciente cuando su sonrisa ameniza mi ambiente para saludarla una vez más, para abrazarla mientras el viaje nos encuentre, para discutir sobre la cordura que nos toca desmentir.

No sabe que su visita me hace llevarme las manos a la frente, a cerrar los ojos y lamentar el no tener otro tono de voz escondido en mi pecho, aquel lugar perdido donde ella solía depositar su cabeza para entregarme sus ideas.

Llueve adentro

Y porque entra una tortura a la noche, partiendo el pensamiento y dejándome totalmente inerte, haciéndome parecer estúpido por mantener la vista perdida en una envoltura de algún dulce perdido en el pasado. Nada más ocupa tiempo, excepto el mismo tiempo. Cada segundo que pasa no pasa, sino se queda viéndome a los ojos, retándome, introduciéndose a mi subconsciente para sacar a flote aquel ayer que tanto he tratado de hundir en mis venas, pero la madrugada me sigue a donde quiera que voy, no es suficiente estar inconscientemente consciente.

Comienza a llover, por un momento la música fue detenida por más música. Paso saliendo hacia la ventana de mi cuarto, un cielo completamente despejado me deja caer de nuevo hacia la habitación vacía. Me acerqué al espejo de mi cuarto y me reflejé por un momento, hacía ya tiempo que no me reconocía a mi mismo. Solo veo que un par de gotas recorren mi cuerpo, es sangre, sangre interna, venas marcadas por la presión ejercida sobre los mismos recuerdos que iniciaron la noche que mientras escribo, descuenta.

Larga caída (2)

Nos vamos abriendo hacia una caída que va más allá de una simple suposición. Por una parte del camino se desbarata aquel susurro distante para ordenarse y saber quién es en realidad, de dónde viene y a dónde va.

De ahí parte el momento en que mi pensamiento se desarma. Una parte de mi comienza a llover, abriendo paso a un más allá de mi, a un viento, a una ida que nos envía lejos del cuadro, a un mañana que no es futuro, a un ayer que no es pasado. Es como ese tren que se escucha en tres cuartos de horizonte, porque es seguro que existe el lugar a donde va. –Quisiera algún día estar en él y que me lleve a mi casa, donde sé que quiero estar- porque quiero creer que él sabe a dónde voy.

De ahí parte la larga caída de vuelta. Quisiera caer en casa, donde no importa el lugar de inicio, tu eclipse o la lluvia que alguna vez dejaste ir. Quisiera caer donde esperan por mi, cuando sea necesario, donde el tiempo toma forma de río, llevándote solo si lo intentas atravesar. Una larga caída desde mi epidermis, una superficie más, hacia mi centro, de donde soy realmente. Un lugar que solo nosotros conocemos.