En ese punto, mientras aumentaba la distancia a conciencia, la respiración era la única preocupación recorriendo el contorno de mi sombra. Mis huesos fríos evidenciaban el vacío contextual de esa caminata perteneciente a la rutina en la que me encontraba, y mis ojos se mantenían viendo al frente casi involuntariamente, tratando de encontrar las líneas del ligero viento acariciando mi piel y moviendo los diminutos retazos de las hojas arrancadas por el otoño. El resto de mis días estaban frente a mí, muy muy lejos, pero se acercaban de a poco, continuamente, aunque esa tarde quedaron atrapados fuera de mis pensamientos, bajo la superficie de la escena en la que me encontraba, porque mientras atravesaba las líneas de algún horizonte relativamente lejano todo dentro de mí se encontraba perdido en el mismo lugar en donde colocaba mis pasos, como si una parte de mí desconociera casi por completo la realidad en la que me encontraba.
La presición alojada entre el tiempo y mis pies desaparecía detrás de mi espalda, dejando solamente un rastro para permitirme contar los minutos que llevaba al lado del camino, y los puntos que pisaba se unían para hacerme sentir tan cerca y a la vez tan lejos del final del camino, aquel que parecía esperar pacientemente mi llegada, leyéndome desde adentro tal como si hubiese un reencuentro dentro de aquello que nunca logré recordar.