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Tercera persona

Conocía las historias, el mismo punto de partida y el mismo final yacían en la descripción dentro de su cabeza. Todo era lo mismo, desde la consistencia abstracta y sólida de su sombra hasta la relativamente pesada niebla acortando las distancias. De lejos, todas las ciudades tenían la misma entrada y salida, los mismos árboles, los mismos acelerados pasos sobre el mismo frío y viejo asfalto; las mismas palabras plasmadas sobre los siempre monótonos periódicos. Bajo el relativamente mismo sol seguía corriendo el mismo tiempo en los mismos relojes que hacían el mismo sonido al pasar de los siempre iguales segundos. Las voces pronunciaban las mismas palabras ante la misma situación y siempre concluían con la misma frase, pero lo único en primer plano no era considerado lo principal dentro de lo monótono.

Más allá del frente salía a la superficie la realidad oculta dentro de la realidad, la conciencia reconocía cada diferencia entre la próxima mañana y la anterior. Las voces repetían frases, nombres, palabras, pero su tono, rostro y porqué eran distintos; el tiempo seguía contando las misma horas, minutos y segundos, los relojes hacían los mismos sonidos y daban las mismas vueltas sobre los mismos ejes, pero en cada vuelta la vejez alcanzaba y abarcaba más cabezas, daba y quitaba más oportunidades. Los periódicos anunciaban los mismos sucesos, pero los ojos que leían el mismo eran distintos; los pasos sobre las calles eran los mismos, pero el cómo llegaban al final era su diferencia. Las ciudades veían nuevos pasos sobre los mismos caminos, relataban viejas historias a diferentes oídos, que al final daban a lo mismo un nuevo punto de vista.

Las historias narradas con las mismas viejas palabras pasaban entregando los mismos principios y finales hacia diferentes manos, dando los siguientes mismos puntos de partida hacia otros viajeros, los cuales entregaban las mismas historias, principios y finales hacia otros.

Dentro de su cabeza todo era igual pasando a diferentes manos. Ninguna conclusión llegaba a ser relevante cuando lo mismo siempre era diferente, siempre. Todo era diferente, y eso siempre seguía igual… Todo era lo mismo.

Antes número dos

Ya poca memoria resta en mis palabras, pero a veces, mientras el vacío se extiende sobre la realidad, no queda más que lo olvidado a causa los ciclos sobre los que quedan mis pasos. Nunca el silencio es suficiente, cuando la complejidad del porvenir acecha mis noches se convierte en lo único preciso y asertivo dentro de mi cabeza; hace volver la calma y se lleva los vacíos; las historias se alargan y regresan bajo otras circunstancias por comprender.

Lo pendiente siempre retorna para hacer recordar dónde hemos estado, para hacer memoria de los puntos de vista mantenidos; nos aferra a aquellos pasos viejos y cansados que aún siguen ahí, en esa parte de nuestra memoria, esa olvidada que vuelve y vuelve solamente para hacernos voltear al frente desde otra perspectiva.