Cada encuentro opaca mi persona. Un paso, un segundo, una tercera mirada fija y me descifra por completo. Ella es lo inevitable, ella es la palabra que se necesita en el momento menos pensado, pero más preciso. Durante el camino voy preguntándome en ella, un enigma se aproxima, no estoy preparado. Sobra todo lo que hace falta, falta aquello que un día será pasado. Es casi imposible suponer qué fue y qué será cuando se topan sus labios con mi mirada. Quizá me encuentro con una realidad desintegrada por la ilusión de mis varias personalidades queriendo entrar a su ser al mismo tiempo. Destruye lo que no se ha construido, me habla más que con ella misma, no es consciente de lo dice además de sus palabras. Cada recorrido nuestro aumenta la sensación cercana del misterio que mi brazo rodea. Me pierdo conscientemente para encontrarme hablando con ella una vez más. Ella es el laberinto que atrapa por momentos la razón de voltear a ver. Con cada minuto que escuchaba su risa al medio de su paso, se convirtió en una sonrisa inolvidable.
Sonrisa inolvidable.
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